"Si esperamos a encontrar un movimiento inmaculado para apoyarlo, nunca encontraremos una causa digna de nuestra pureza" Arundhati Roy

Saturday, February 17, 2007

Las grandes mentiras

Como post de cierre de este blog, dejaré uno, al que no añadiré otros después pero que iré actualizando. Uno que trate sobre lo que le llamaría "Las grandes mentiras". Ya he escrito alguna vez. Frases que se repiten, sobre las que se basa mucho de lo que hacemos y son completamente falsas.









1. Los países "pobres".
Ya escribí sobre el tema. Llamamos países pobres a los países de donde extraemos todo lo que usamos: el petróleo, el gas, los diamantes, el cacao, el café, la mano de obra...
Las líneas que vemos en un mapa de gasoductos en Europa no son líneas de una red. Se absorbe del Este y se vierte en Europa. El petróleo, el gas, va en una sola dirección.





2. El ser humano destruye el medio ambiente.
También escribí sobre el tema. Se habla del tema como si destruyésemos un jardín, un paisaje. Pero es que naturaleza es en donde vivimos. Como dijo alguien conocido, de una manera muy bestia, "cagamos donde dormimos". Al cargarnos la naturaleza, nos cargamos el envoltorio en el que vamos metidos. Según se vayan poniendo las cosas feas, no vamos a tener dónde meternos.
(La foto es de un tsunami en Tailandia)






3. Es mejor el diálogo que la violencia.

Un asunto nada fácil. Por un lado tenemos muchas muestras de lucha no violenta, desobediencia civil que sí han funcionado. Por otro lado, Susan George recomienda no usarla: la policía siempre va a ganarte en ese terreno.

Es ahí donde surge la paradoja: Siempre se recomienda recurrir al diálogo en lugar de la violencia. Pero el principal sistema utilizado por el Estado para evitar los conflictos que no le hacen gracia es la violencia. No hablamos de las manifestaciones para rechazar el terrorismo y demás. Si no cuando vas hacia el ojo del huracán, el epicentro de los problemas, cosas como las reuniones del G8, o el FMI o el Banco Mundial. En esos casos se cierran ciudades, se levantan vallas, se cercan ciudades, se mata, tortura, miente...

Friday, February 02, 2007

Cierre de blog


Este es el último post de este blog.
Gracias a los que lo han seguido.
Dudo que alguien lo eche en falta. Lo principal es que no soy periodista, sino un diseñador al que le ponen de mala hostia muchas cosas de las que lee. Por eso tenía que escribirlas en algún lado, para no martirizar a la gente que tengo alrededor, más que nada.
Aunque me gustaría seguir con toda una recopilación de grandes mentiras, no encuentro el tiempo para llevar todos los blogs, que por su naturaleza, se entiende que deben actualizarse a menudo, cosa que no sucede.

De todos modos, toda la información que no sale en los periódicos, se puede encontrar en:

Diagonal
Periodismo incendiario




Gracias.

Friday, January 26, 2007

Vainilla y chocolate



En la película "Gracias por fumar" hay una escena muy valiosa. La cuento de memoria, pero lo básico está ahí.


Un padre (P), miembro de un grupo de presión a favor del tabaco, le explica a su hijo (H) en qué consiste su trabajo. Le dice el padre:

P - "Pongamos que hablamos de helados. De vainilla y chocolate. Y yo te digo que la vainilla es lo mejor. ¿Qué dirías tú?"

H - "Diría: Noo, el chocolate es lo mejor!"

P - "Pero así, no puedes ganar, ¿no? Defendiendo cada uno una postura. Así que yo te preguntaría... ¿Es para tí el chocolate lo más importante que hay en el mundo, el mejor sabor de todos? "

H - "Sí, contestaría que sí"

P- "Ya y yo te contestaría que lo importante no es si el chocolate o la vainilla son lo mejor que hay. Hay algo más importante que eso: la libertad para elegir el sabor que queremos".

H - "Ya, pero eso no es de lo que yo estaba hablando"

P - "Ya, pero no es a tí a quien hablo, sino a ellos" [dice, mirando alrededor, aludiendo a la audiencia, a los que escuchan, al público]. "Y si consigo ganarte, se entenderá que yo tengo razón".


Esta escena la recuerdo cada vez que veo/oigo algo de la Cope, el PP, el inMundo...


Algo parecido tiene este otro trozo de la peli

Tuesday, January 23, 2007

Grandes mentiras (II)




El ser humano destruye el medio ambiente.

Técnicamente cierto, sí, nos lo vamos cargando. Pero no destruiremos nunca la naturaleza. Sea más "de postal" o menos, los océanos seguirán hay, los vientos y las tormentas.
Lo que nos vamos a llevar por delante es a nosotros mismos. Ya se ve: con unas olas se montó la de dios en Tailandia en 2004 .

Aunque esas cosas pasan continuamente


Como esa persona que se lleva el mar. Así es en realidad nuestra relación con la naturaleza.

Otra muestra más:

Monday, January 22, 2007

Grandes mentiras (I)



Se le llama "países pobres" a gran cantidad de países que tiene petróleo, diamantes, materias primas e incluso sólo mucha mano de obra barata.

Saturday, January 20, 2007

Guia para ser ex izquierdista



Emir Sader
Traducido para Rebelión y Tlaxcala por José Luis Díez Lerma


Sirve para aquellos que aceptaron las famosas "propuestas irrecusables" y asumieron cargos de jefe en grandes publicaciones de un medio monopolista o en alguna gran empresa privada, que exigen silencio o declaraciones adaptadas a los intereses de los "patrones" (olvidándose de que no existen "propuestas irrecusables" sino espinazos excesivamente flexibles).

No serían casos aislados, finalmente las redacciones de esos órganos de medios privados están llenas de ex comunistas, ex trotskistas y ex izquierdistas en general, "arrepentidos" o sencillamente "convertidos" y que se pasan toda la vida – como ciertos "intelectuales" de las universidades, que ganan a cambio amplios espacios en las grandes empresas – diciendo que ya no somos lo que éramos, "limpiándose" a ojos de la burguesía de sus "pecadillos de juventud".

Es indispensable la referencia a que "se es imbécil a los 20 si no se es radical, se es imbécil a los 40 si sigues siéndolo", o alguna alusión a lo de pasar "de incendiario a los 20 a bombero a los 40", dejando en el aire la afirmación de que se tuvo una juventud agitada antes de llegar a la edad de la razón.

Un buen comienzo puede ser decir que "el socialismo fracasó", que "está decepcionado con la izquierda", "que son todos iguales". Ya estará en condiciones de decir que "ya no hay ni derechas ni izquierdas", que algunos que se dicen de izquierdas en realidad son una "nueva derecha", son peores que la derecha y que por lo tanto es mejor ser equidistante. Del escepticismo se pasa fácilmente al cinismo de "votar a la derecha asumida" para derrotar a la "derecha disfrazada".

Otra modo es criticar vehementemente a Stalin, después de decir que fue igual que Hitler – "los dos totalitarismos" –, afirmar que apenas aplicó las ideas de Lenin, para decir finalmente que los orígenes del "totalitarismo" ya estaban en la obra de Marx. Decir que Weber tiene mayor capacidad explicativa que Marx, que Raymond Aron tenía razón frente a Sartre. Que el marxismo es reductor, que sólo tiene en contra la economía, que su reduccionismo es la base del "totalitarismo" soviético. Que no ha lugar para "subjetividad", que redujo todo a una contradicción capital ­– trabajo sin tener en cuenta las "nuevas subjetividades", advenidas de las contradicciones del género, de la etnia, del medio ambiente, etc.

No hablar de Fidel sin utilizar previamente "dictador" y llamarlo Castro en lugar de Fidel. Descalificar a Hugo Chávez como "populista" y a su vez como "nacionalista", dándole a todo esto una connotación de "fanatismo", "fundamentalismo". Concentrar la atención en América Latina sobre Bolivia y Venezuela como países "problemáticos", "inestables", sin mencionar siquiera a Colombia. Siempre que se hable de la ampliación de la democracia en el continente, añádase "excepto Cuba". No hablar nunca del bloqueo usamericano a Cuba, sino siempre de la "transición" – dejando siempre suponer que en algún momento transitarán hacia las "democracias" que andan por aquí.

Decir que América Latina "no existe", son países sin unidad interna – pronunciar "sudacas"(1) de forma bien despectiva. Que nuestra política externa ha de tener miras más altas, relacionarse con las grandes potencias y tratar de ser una de ellas, en lugar de seguir conviviendo con países de la región y los del sur del mundo – Sudáfrica, India, China, etc.

Pronunciarse en contra de las cuotas en las universidades, diciendo que introducen el racismo en una sociedad organizada en torno a una "democracia social" ­– será bienvenida una citación de Gilberto Freire y el silencio sobre Florestan Fernandes –, que lo más importante es la igualdad ante la ley y la mejora gradual de la enseñanza básica y media para que todos tengan finalmente – a saber cuándo, pero es preciso ser paciente ­– acceso a las universidades públicas. Decir, siempre, que el principal problema de Brasil y del mundo es la educación. Que hay trabajo, que existen posibilidades, pero que falta cualificación de la mano de obra. Que lo fundamental no son los derechos, sino las oportunidades – hablar de la sociedad usamericana como la más "abierta".

Descalificar siempre al Estado, como ineficaz, burocrático, corrupto y corruptor, en contraposición a la "economía privada", al "mercado", con su dinamismo, su capacidad de innovación tecnológica. Exaltar las privatizaciones de la telefonía – "antes nadie tenía teléfono, ahora cualquier pobre diablo en la calle va con un celular" – y la de la compañía Vale do Rio Doce, callar sobre el éxito de la Petrobras o afirmar que "imagina si se hubiera convertido en Petrobrax, ¡sería mucho mejor!"

Así pues, existen numerosos motivos para el que haya decidido dejar de ser de izquierdas – bastaría lo de "la caridad bien entendida empieza por uno mismo" – e intentar ganarse la vida de espaldas al mundo y para beneficio propio. El "mercado" retribuye generosamente a los que reniegan de los principios en los que un día creyeron.


(1) He puesto sudacas en lugar de "cucarachos", palabra original en el texto , que es la que usan los brasileños para referirse a los latinos.

Monday, January 15, 2007

EL IMPERIO DEL CONSUMO


Un inmenso artículo del no menos inmenso Eduardo Galeano

La explosión del consumo en el mundo actual mete más ruido que todas las guerras y arma más alboroto que todos los carnavales. Como dice un viejo proverbio turco, quien bebe a cuenta, se emborracha el doble. La parranda aturde y nubla la mirada; esta gran borrachera universal parece no tener límites en el tiempo ni en el espacio.

Pero la cultura de consumo suena mucho, como el tambor, porque está vacía; y a la hora de la verdad, cuando el estrépito cesa y se acaba la fiesta, el borracho despierta, solo, acompañado por su sombra y por los platos rotos que debe pagar. La expansión de la demanda choca con las fronteras que le impone el mismo sistema que la genera. El sistema necesita ercados cada vez más abiertos y más amplios, como los pulmones necesitan el aire, y a la vez necesita que anden por los suelos, como andan, los precios de las materias primas y de la fuerza humana de trabajo. El sistema habla en nombre de todos, a todos dirige sus imperiosas órdenes de consumo, entre todos difundela fiebre compradora; pero ni modo: para casi todos esta aventura comienza y termina en la pantalla del televisor. La mayoría, que se endeuda para tener cosas, termina teniendo nada más que deudas para pagar deudas que generan nuevas deudas, y acaba consumiendo fantasías que a veces materializa delinquiendo. El derecho al derroche, privilegio de pocos, dice ser la libertad de todos.



Dime cuánto consumes y te diré cuánto vales. Esta civilización no deja dormir a las flores, ni a las gallinas, ni a la gente. En los invernaderos, las flores están sometidas a luz continua, para que crezcan más rápido. En la fábricas de huevos, las gallinas también tienen prohibida la noche. Y la gente está condenada al insomnio, por la ansiedad de comprar y la angustia
de pagar. Este modo de vida no es muy bueno para la gente, pero es muy bueno para la industria farmacéutica. EEUU consume la mitad de los sedantes, ansiolíticos y demás drogas químicas que se venden legalmente en el mundo, y más de la mitad de las drogas prohibidas que se venden ilegalmente, lo que no es moco de pavo si se tiene en cuenta que EEUU apenas suma el cinco por ciento de la población mundial.



«Gente infeliz, la que vive comparándose», lamenta una mujer en el barrio del Buceo, en Montevideo. El dolor de ya no ser, que otrora cantara el tango, ha dejado paso a la vergüenza de no tener. Un hombre pobre es un pobre hombre. «Cuando no tenés nada, pensás que no valés nada», dice unmuchacho en el barrio Villa Fiorito, de Buenos Aires. Y otro comprueba, en
la ciudad dominicana de San Francisco de Macorís: «Mis hermanos trabajan para las marcas. Viven comprando etiquetas, y viven sudando la gota gorda para pagar las cuotas».



Invisible violencia del mercado: la diversidad es enemiga de la rentabilidad, y la uniformidad manda. La producción en serie, en escala gigantesca, impone en todas partes sus obligatorias pautas de consumo. Esta dictadura de la uniformización obligatoria es más devastadora que cualquier dictadura del partido único: impone, en el mundo entero, un modo de vida que
reproduce a los seres humanos como fotocopias del consumidor ejemplar.



El consumidor ejemplar es el hombre quieto. Esta civilización, que confunde la cantidad con la calidad, confunde la gordura con la buena alimentación. Según la revista científica The Lancet, en la última década la «obesidad severa» ha crecido casi un 30 % entre la población joven de los países más desarrollados. Entre los niños norteamericanos, la obesidad aumentó en un
40% en los últimos dieciséis años, según la investigación reciente del Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Colorado. El país que inventó las comidas y bebidas light, los diet food y los alimentos fat free, tiene la mayor cantidad de gordos del mundo. El consumidor ejemplar sólo se baja del automóvil para trabajar y para mirar televisión. Sentado ante la
pantalla chica, pasa cuatro horas diarias devorando comida de plástico.



Triunfa la basura disfrazada de comida: esta industria está conquistando los paladares del mundo y está haciendo trizas las tradiciones de la cocina local. Las costumbres del buen comer, que vienen de lejos, tienen, en algunos países, miles de años de refinamiento y diversidad, y son un patrimonio colectivo que de alguna manera está en los fogones de todos y no
sólo en la mesa de los ricos. Esas tradiciones, esas señas de identidad cultural, esas fiestas de la vida, están siendo apabulladas, de manera fulminante, por la imposición del saber químico y único: la globalización de la hamburguesa, la dictadura de la fast food. La plastificación de la comida en escala mundial, obra de McDonald´s, Burger King y otras fábricas, viola exitosamente el derecho a la autodeterminación de la cocina: sagrado derecho, porque en la boca tiene el alma una de sus puertas.



El campeonato mundial de fútbol del 98 nos confirmó, entre otras cosas, que la tarjeta MasterCard tonifica los músculos, que la Coca-Cola brinda eterna juventud y que el menú de McDonald´s no puede faltar en la barriga de un buen atleta. El inmenso ejército de McDonald´s dispara hamburguesas a las bocas de los niños y de los adultos en el planeta entero. El doble arco de esa M sirvió de estandarte, durante la reciente conquista de los países del Este de Europa. Las colas ante el Mc Donald´s de Moscú, inaugurado en 1990 con bombos y platillos, simbolizaron la victoria de Occidente con tanta elocuencia como el desmoronamiento del Muro de Berlín. Un signo de los tiempos: esta empresa, que encarna las virtudes del mundo libre, niega a sus empleados la libertad de afiliarse a ningún sindicato. McDonald´s viola, así, un derecho legalmente consagrado en los muchos países donde opera. En 1997, algunos trabajadores, miembros de eso que la empresa llama la
Macfamilia, intentaron sindicalizarse en un restorán de Montreal en Canadá: el restorán cerró.
Pero en el 98, otros empleados de Mc Donald´s, en una pequeña ciudad cercana a Vancouver, lograron esa conquista, digna de la Guía Guinness.



Las masas consumidoras reciben órdenes en un idioma universal: la publicidad ha logrado lo que el esperanto quiso y no pudo.

Cualquiera entiende, en cualquier lugar, los mensajes que el televisor transmite. En el último cuarto de siglo, los gastos de publicidad se han duplicado en el mundo. Gracias a ellos, los niños pobres toman cada vez más Coca-Cola y cada vez menos leche, y el tiempo de ocio se va haciendo tiempo de consumo obligatorio. Tiempo libre, tiempo prisionero: las casas muy
pobres no tienen cama, pero tienen televisor, y el televisor tiene la palabra. Comprado a plazos, ese animalito prueba la vocación democrática del progreso: a nadie escucha, pero habla para todos. Pobres y ricos conocen, así, las virtudes de los automóviles último modelo, y pobres y ricos se enteran de las ventajosas tasas de interés que tal o cual banco ofrece.

Los expertos saben convertir a las mercancías en mágicos conjuntos contra la soledad. Las cosas tienen atributos humanos: acarician, acompañan, comprenden, ayudan, el perfume te besa y el auto es el amigo que nunca falla. La cultura del consumo ha hecho de la soledad el más lucrativo de los mercados. Los agujeros del pecho se llenan atiborrándolos de cosas, o soñando con hacerlo. Y las cosas no solamente pueden abrazar: ellas también pueden ser símbolos de ascenso social, salvoconductos para atravesar las aduanas de la sociedad de clases, llaves que abren las puertas prohibidas.

Cuanto más exclusivas, mejor: las cosas te eligen y te salvan del anonimato multitudinario. La publicidad no informa sobre el producto que vende, o rara vez lo hace. Eso es lo de menos. Su función primordial consiste en compensar frustraciones y alimentar fantasías: ¿En quién quiere usted convertirse comprando esta loción de afeitar?



El criminólogo Anthony Platt ha observado que los delitos de la calle no son solamente fruto de la pobreza extrema. También son fruto de la ética individualista. La obsesión social del éxito, dice Platt, incide decisivamente sobre la apropiación ilegal de las cosas. Yo siempre he escuchado decir que el dinero no produce la felicidad; pero cualquier televidente pobre tiene motivos de sobra para creer que el dinero produce algo tan parecido, que la diferencia es asunto de especialistas. Según el
historiador Eric Hobsbawm, el siglo XX puso fin a siete mil años de vida humana centrada en la agricultura desde que aparecieron los primeros cultivos, a fines del paleolítico. La población mundial se urbaniza, los campesinos se hacen ciudadanos. En América Latina tenemos campos sin nadie y enormes hormigueros urbanos: las mayores ciudades del mundo, y las más injustas. Expulsados por la agricultura moderna de exportación, y por la erosión de sus tierras, los campesinos invaden los suburbios. Ellos creen que Dios está en todas partes, pero por experiencia saben que atiene den las grandes urbes.



Las ciudades prometen trabajo, prosperidad, un porvenir para los hijos. En los campos, los esperadores miran pasar la vida, y mueren bostezando; en las ciudades, la vida ocurre, y llama. Hacinados en tugurios, lo primero que descubren los recién llegados es que el trabajo falta y los brazos sobran, que nada es gratis y que los más caros artículos de lujo son el aire y el
silencio. Mientras nacía el siglo XIV, fray Giordano da Rivalto pronunció en Florencia un elogio de las ciudades. Dijo que las ciudades crecían «porque la gente tiene el gusto de juntarse».Juntarse, encontrarse. Ahora, ¿quién se encuentra con quién? ¿Se encuentra la esperanza con la realidad? El deseo, ¿se encuentra con el mundo? Y la gente, ¿se encuentra con la gente? Si las relaciones humanas han sido reducidas a relaciones entre cosas, ¿cuánta gente se encuentra con las cosas?


El mundo entero tiende a convertirse en una gran pantalla de televisión, donde las cosas se miran pero no se tocan. Las mercancías en oferta invaden y privatizan los espacios públicos.



Las estaciones de autobuses y de trenes, que hasta hace poco eran espacios de encuentro entre personas, se están convirtiendo ahora en espacios de exhibición comercial. El shopping center, o shopping mall, vidriera de todas las vidrieras, impone su presencia avasallante. Las multitudes acuden, en peregrinación, a este templo mayor de las misas del consumo. La mayoría de los devotos contempla, en éxtasis, las cosas que sus bolsillos no pueden pagar, mientras la minoría compradora se somete al bombardeo de la oferta incesante y extenuante. El gentío, que sube y baja por las escaleras
mecánicas, viaja por el mundo: los maniquíes visten como en Milán o París y las máquinas suenan como en Chicago, y para ver y oír no es preciso pagar pasaje. Los turistas venidos de los pueblos del interior, o de las ciudades que aún no han merecido estas bendiciones de la felicidad moderna, posan para la foto, al pie de las marcas internacionales más famosas, como antes posaban al pie de la estatua del prócer en la plaza.



Beatriz Solano ha observado que los habitantes de los barrios suburbanos acuden al center, al shopping center, como antes acudían al centro. El tradicional paseo del fin de semana al centro de la ciudad, tiende a ser sustituido por la excursión a estos centros urbanos. Lavados y planchados y peinados, vestidos con sus mejores galas, los visitantes vienen a una fiesta
donde no son convidados, pero pueden ser mirones. Familias enteras emprenden el viaje en la cápsula espacial que recorre el universo del consumo, donde la estética del mercado ha diseñado un paisaje alucinante de modelos, marcas y etiquetas.



La cultura del consumo, cultura de lo efímero, condena todo al desuso mediático. Todo cambia al ritmo vertiginoso de la moda, puesta al servicio de la necesidad de vender. Las cosas envejecen en un parpadeo, para ser reemplazadas por otras cosas de vida fugaz. Hoy que lo único que permanece es la inseguridad, las mercancías, fabricadas para no durar, resultan tan volátiles como el capital que las financia y el trabajo que las genera. El dinero vuela a la velocidad de la luz: ayer estaba allá, hoy está aquí, mañana quién sabe, y todo trabajador es un desempleado en potencia.



Paradójicamente, los shoppings centers, reinos de la fugacidad, ofrecen la más exitosa ilusión de seguridad. Ellos resisten fuera del tiempo, sin edad y sin raíz, sin noche y sin día y sin memoria, y existen fuera del espacio, más allá de las turbulencias de la peligrosa realidad del mundo.



Los dueños del mundo usan al mundo como si fuera descartable: una mercancía de vida efímera, que se agota como se agotan, a poco de nacer, las imágenes que dispara la ametralladora de la televisión y las modas y los ídolos que la publicidad lanza, sin tregua, al mercado. Pero, ¿a qué otro mundo vamos a mudarnos? ¿Estamos todos obligados a creernos el cuento de que Dios ha vendido el planeta unas cuantas empresas, porque estando de mal humor decidió privatizar el universo? La sociedad de consumo es una trampa cazabobos. Los que tienen la manija simulan ignorarlo, pero cualquiera que tenga ojos en la cara puede ver que la gran mayoría de la gente consume poco, poquito y nada necesariamente, para garantizar la existencia de la poca naturaleza que nos queda. La injusticia social no es un error a corregir, ni un defecto a superar: es una necesidad esencial. No hay naturaleza capaz de alimentar a un shopping center del tamaño del planeta.